domingo, 12 de septiembre de 2010

Crimen en una noche de tormenta.

Lo cubrí con toallas y embolsé frenéticamente. Sus ojos todavía estaban rojos, y me miraban tan así, tan inculpadores. Traté de actuar rápido y a modo de que todo fuera perfecto: limpié el salpicado rojo de la cerámica y las paredes. No salió del todo, pero ya luego me encargaría de eso... por ahora lo que importaba era sacarlo a él.

La noche pasaba tan rápido como nunca. Y en dos ocasiones el timbrazo del teléfono fue motivo de horribles sustos y asfixiantes análisis sobre quién podría ser. Resolví en no contestar y concentrarme plenamente en mi empresa. Así que continué. Me cambié de ropa con sumo cuidado, y la puse a lavar en una cantidad exagerada de detergente, para asegurarme de borrar cualquier rastro. Comenzó a llover de forma reacia, era una carrera contra el tiempo... de seguro los vecinos ya abrían llamado a la policía por el grito que el desgraciado profirió cuando le agredí: debía actuar.

Corrí presurosamente a la cochera y con gran destreza estacioné el pick up frente a la puerta principal de la casa. ¡¡Empezó a llover de a mil demonios!!. La calle estaba desierta: era ahora, o nunca.

Con gran esfuerzo arrastré aquella masa envuelta por toda la sala, hasta colocarlo con tremendo esfuerzo en el vehículo. Le puse encima un plástico grande, color negro, para que no goteara sangre de la capota del carro al mezclarse con el agua lluvia. ¡Simple seguridad!

Era media hora hasta el depósito de basura más cercano. Recuerdo que en ese lapso de tiempo, toda las mirada de algún peatón casual me incomodaba; las luces de otros coches, y en particular las dos patrullas que pasaron al lado mío en un determinado momento me hicieron sentir que mi plan estaba francamente frustrado, y que no tenía mas remedio ahora que detenerme y entregarme o matarlos allí mismo también. Y no es que diga esto por que soy alguien que mate a sangre fría y esté acostumbrada a este tipo de hechos: ¡NO! Lo digo por que en momentos tan tensos como esos, y con una atmósfera tan desagradable (seguía lloviendo diabólicamente), la adrenalina es factor determinante en las reacciones que se puedan tener, y yo nunca he sido temerosa de hacer algo malo: nunca lo he sido.

Llegué a mi destino sin mayores complicaciones. Solo recordando (por alguna índole desconocida) las dolorosas melancolías de mi juventud, las decepciones, y todas las vilezas que me han ocurrido (quizás se evocaron por la grotesca relación que tenía aquella escena de entonces con cada uno de ellos). Pero les resté importancia: la tensión y el frío me carcomían los huesos, y era mejor actuar antes de que me diera una hipotermia, por que en mi agitación, olvidé abrigarme.

Salí rápidamente del vehículo, y bajé la cubierta de la capota: Me asustó el montón de agua ensangrentada acumulada allí, que salió de golpe y me cayó encima la mayor parte. Grité. Respiré profundo para calmarme. Mi corazón estaba muy acelerado. Bajé la bolsa que contenía el cuerpo y, haciendo un esfuerzo físico extraordinario, lo arrastré por el terreno fangoso, llenos de objetos y materiales hediondos hasta una zona en la que había una enorme acumulación de desechos… Al fin y al cabo, me pareció el mejor lugar para dejarlo.

Era el momento final. Toda mi misión fue realizada a la perfección: nada estuvo fuera de control. ¡NADA! Todos los detalles fueron revisados una y otra vez antes de su ejecución; y ahora, bajo esa tormenta, estaba todo en su punto culminante… ¿todo? ¿Y yo? ¿Estaba también en mi final? No lo supe en aquel momento, y un macabro miedo se apoderó de mí. Todo era tan confuso. Decidí darme prisa, y hacer lo que debía antes de caer con shock o hipotermia.

¡Ah! Supe que debía contemplar mi arte una vez más, solo una vez más antes de marcharme. Lo saqué de la bolsa con delicadeza, disfrutando ver cada parte de su cuerpo inerte. Deseé que mi hermano estuviera allí para ver que finalmente fue vengado… ¡Oh, cuántas veces grité su nombre!

Y allí estaba el tipo, extendido en la basura cuán largo era, y su espalda se alumbraba de vez en cuando por los rayos. No atiné a otra cosa mas que a verlo, y a evocar las martirizantes escenas de hace algunos minutos, en mi casa.

Miré mi reloj: las dos con cincuenta. Ya era muy tarde, y debía irme. Decidí verle los ojos por última vez, solo para satisfacer ese macabro deseo que me había llenado de repente, así que tuve que ponerlo torso arriba. Me acerqué lentamente. Su cara estaba empapada de lodo. Era desagradable. Me hinqué junto a su cabeza, y le contemplé con odio. Pero, para mi sorpresa, emitió un gemido. ¡Sí, gimió! Fue algo sórdido, tan poco perceptible que me temo que un centímetro mas retirado y no lo hubiese escuchado. ¡Pero le escuché gemir! ¿Qué no se suponía que estaba muerto? Entonces ¿por qué gimió? Me asusté tanto, y me retiré violentamente… me puse de pié, y me preparé para correr. Yo imaginaba que el tipo se levantaría de entre el lodo.

Pero algo me detuvo. ¿Por qué gimió? La psicosis me estaba hundiendo en temor. ¿Y si estaba vivo todavía? ¿Sería posible que, si yo le dejara así, lo encontraran vivo y me inculpara directamente a mi? ¡NI LOCA LO PERMITIRÍA! Tomé todo el valor que me quedaba y lo transformé en impulso. Saqué de nuevo el cuchillo, me abalancé brutalmente sobre el maldito, y comencé a apuñalarlo en todas partes, con toda mi ira revuelta en espanto. Creía que le había dado muerte en la cocina de mi casa, con aquel cable… inclusive recordé cuando le crujió el cuello. Pero resultaba que quizás estaba vivo ¡Y me miraba lastimeramente mientras seguía partiéndole el pecho!

No pude mas y rompí a llorar, me quité de encima, y grité como desquiciada, pero él me seguía con la vista… ¡Me veía a pesar de todo lo que le acababa de hacer! Sus ojos tan rojos brillaban con los relámpagos, y me acusaban de todo. No lo soporté más. Me sentía sucia, igual de pérfida que el peor de los asesinos. Caí con un intenso frío.

Pasados algunos minutos bajo la lluvia, noté a lo lejos dos siluetas, dos luces: Pensé que era mi hora final; que después de todo, mi crimen no resultó como debía; y que me iría posiblemente antes que aquel engendro que gimió. Solo esperé, y dormí…

ººº

Escribo ahora desde mi “hermético calabozo”. Sí, finalmente, aquí vine a terminar, tras el arco iris negro, tan metálico…

Aquella noche no fue el cierre del capítulo:

Unos vigilantes escucharon mis gritos, y acudieron a inspeccionar. Me encontraron en Shock por la hipotermia, y me desmayé segundos después de haberlos visto. También encontraron el cadáver. Se hicieron las respectivas investigaciones, y como era de suponer si ocurría, no haber limpiado mi casa antes les otorgó las pistas que necesitaban: Se comprobó mi culpabilidad en la muerte de aquél, y no tuvieron más que enviarme a este maldito lugar, donde el tiempo se detiene y el cerebro se reseca con cada grito de sol.

Pese a todo, no me arrepiento ni me arrepentiré de lo que hice, y no me he puesto a pensar en cómo hubiese resultado de haberlo hecho mejor. Fue bueno tal y como lo llevé a cabo. Estoy orgullosa, y sé que mi hermano, dondequiera que se encuentre, también lo está. ¡¡El desgraciado ahora está muerto!!

Por ahora debo cumplir mi pena, debo seguir en este lugar tan oscuro, tan hediondo como el botadero de aquella noche… Pareciera que mi futuro era estar en ese escenario por mucho tiempo… Pero de cualquier forma…

Solo hay un aspecto que no logro comprender ni ahora que lo he analizado tantas veces…: Según los forenses, el cuerpo de mi víctima llevaba muerto dos horas cuando llegó al botadero. Así que ¿Cómo demonios gimió? ¿Por qué me podía seguir viendo mientras lo apuñalaba? ¿CÓMO?

“No tengo ni la menor idea… lo único que sé es que no estoy loca.”

3 comentarios:

  1. Wua... que cuento mas misterioso, se
    siente el recor contra aquella persona
    muerta, que no temia de nada a nadie.

    Me encanto, esta muy bien el cuento, me gusto
    mucho.

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  2. Buen ejemplo a seguir de Escobar Galindo, Realmente disfruto los cuentos cortos... ya sabes mi opinion.

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  3. El otro que me enviaste tambien deberias publicarlo! recuerdas cual?

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