martes, 5 de octubre de 2010

El Convento y la Bruma

No por ser monja la dejaban en paz. Era su pasado el que la atormentaba… no, mas bien dicho, era su conciencia quien le roía los suspiros y los recuerdos. Todo el tiempo en el que el silencio le rozaba los labios recordaba el placer que una vez sintió por cometer los actos más atroces y macabros: Recordaba los rostros de los que fallecían después de dos días de tortura; o la desesperación y los gritos de quienes mató incinerados.

Y en aquella capilla crujían los maderos del púlpito junto a los sollozos destemplados de aquella garganta roja, marcada por las garras de los verdugos de Judas.

Devotamente rogaba de rodillas, por que sabía que en su corazón necesitaba ese antiguo placer… lo anhelaba.

ººº

Llegó una noche sin luna. Salió ella al patio con la intención de despejarse un poco… y fue allí, precisamente allí. ¡AH! “Dulce, dulce niebla”. El instinto resurgió del fondo de los ojos. Se despojó del traje mientras corría frenética al despacho del convento… En pocos minutos, y en la más asquerosa de las soledades, arremetió cuchillo en mano contra la madre superiora. Se quedó unos minutos, en un profundo y pesaroso silencio, pero con el alma riendo a carcajadas. Disfrutó de ver aquella sangre Benedicta que se deslizaba, confundida, entre la alfombra. ¡AH! ¡Cuánta satisfacción sintió de nuevo! Solo ella lo supo. Solo ella supo cuán enardecido estaría su corazón de haber regresado.

Huyó luego de que la tasa de Té junto al crucifijo que la incriminaba se había helado. Justamente cuando voz interna gritaba por más.

Nada importaba ya. Ni siquiera la luna fue testigo; y ahora, las estrellas son sus cómplices…

“Pero se fue tan así como vino: de la mano con la muerte disfrazada de bruma”

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