viernes, 9 de julio de 2010

Relato de un Crímen Conyugal

Todos los días voy a recordarlo. Si la asesiné, es por que la amaba. Me propongo relatar un crimen, así que a quien eso parezca incómodo, doy mi total autorización para que deje la lectura en este punto.

Mientras escribo estas líneas, siento un tremendo deseo de suicidarme, y, estando sentado en el borde de una roca, con un precipicio que da al mar abajo, la muerte aparece como una sutil tentativa: sería todo tan fácil... solo empujarme un poco y ya.

Pero tengo que hacer primero lo que me prometí. Mercedes era una buena mujer, nos casamos y vivimos como cualquier burgués actual: una buena casa, y muchos bienes materiales. Nuestros empleos nos procuraban buenos ingresos, así que no teníamos más que gozar el fruto del esfuerzo.

Pasamos unos 2 años con una felicidad incesante. Nos amábamos con locura, y todo salía de la mejor manera. Mercedes salió embarazada. Planeamos el nombre del bebé durante muchas noches. Acordamos nombrarlo Benjamín. Era una tarea de buen agüero, mucha ternura…

A los 9 meses nació Benjamín. He aquí el vuelco de la feliz historia: Mi hijo no era como los demás, ¡No! Había nacido con Autismo... No lo podíamos creer. Lloramos muchas noches por ese motivo, pero decidimos resignarnos, hacernos cargo, y cuidar del pequeño.

Cuando Benjamín creció un poco más, lo sometimos a gran cantidad de terapias y tratamientos. Mi mujer tuvo que dejar de trabajar para poder cuidarlo. Solo nos quedamos con los ingresos que yo producía. Pasamos unos 5 años así. Benjamín exigía demasiados cuidos, y mi mujer estaba más que exhausta entonces. Nuestros problemas familiares acrecentaron de gran forma, y estuvimos varias veces al borde de la violencia.

No tuvimos otra que seguir así: Benjamín cumplió 10 años, nos habíamos mudado de domicilio, y mi mujer se hartaba más y más de tener que cuidarlo... Yo no veía otro camino que seguir, siempre he tenido la cualidad de ser determinado en mi carácter, y les tenía a ambos un gran amor.

Pero no es mi objetivo contarles toda esta trivialidad, lo menciono solo por que así lo deseo, ya que supongo que hará que me comprendan mejor, y, tal vez, solo tal vez, alguno de mis lectores pueda darme la razón.

ººº


Recuerdo una noche de lluvia copiosa, la primera del temporal de invierno. Estábamos Mercedes y yo acostados en nuestra cama, juntos, desahogándonos el estrés de la rutina. Era de madrugada, y una paciente que había ido a mi consultorio últimamente, me tenía inquieto, y no podía dormirme, por que estaba pensando en un posible diagnóstico para sus pocos comunes síntomas. Mercedes tampoco estaba dormida... hacía un silencio horrible, y el frío solo ponía tensas las cosas. Ella rompió el silencio y dijo: "-¡Debemos terminar con esto! ¡No podemos vivir así! entiende... es imposible. Debemos poner fin a esto..."
Me hice el desentendido y tuve ganas de llorar: Entendía que cuidar a un niño autista es un trabajo desesperante, y mi mujer, mí querida Mercedes, lo había estado haciendo durante muchos años. Comprendía que estuviera harta. Varias veces habíamos tocado ese tema de esa noche. Pero esta vez, decidí ignorarla. Nunca pensé...

Al siguiente día, todo como siempre: me duché, me vestí, y me fui a la clínica (La rutina, dicho sea de paso, empezaba a hartarme mas rápido que la misma desesperación). Llegué a casa ya entrada la noche, frustrado por no poder obtener el diagnóstico de aquella vieja. Entré, y todo estaba muy silencioso: ni si quiera la TV estaba encendida, y era lo único que, generalmente, mantenía quieto a Benjamín. Deduje que estaría dormido, por la hora. Era lo mas lógico. Así que subí a mi habitación, y allí estaba Mercedes, llorando. Con la ropa ensangrentada, y el cuerpo de mi hijo en mi cama, pálido, tieso... ¡¡muerto!!

Me asusté… No, me aterré. En mi carrera como médico, nunca había quedado inmóvil ante un acto de esa índole; pero, al ver que se trataba de mi hijo, quedé un momento estático, hundido en un mal logrado vértigo, y un asco y una repulsión ante aquello que soy incapaz de describir en papel... Cuando volví a la realidad, me encontré al lado de mi hijo, y me eché a llorar. Le pregunté a Mercedes que había pasado… La cuestioné con desesperación… me sentía el mas desamparado del mundo. Ella continuó llorando y gimiendo durante algún rato, y, al no obtener respuesta, la tomé con violencia de la garganta, y le gritaba que me respondiese. Me sentía al borde de la locura. Por fin lo habló:
-Estaba harta... harta... ya no podía seguir así. Eso no era vida. No, no, no... –me gritó, mientras evitaba mi mirada y trataba de liberarse.
-¿Qué le hiciste a Benjamín?
-Estaba dormido, y lo... y lo apuñalé, pero solo una vez, aquí -y señaló el centro del abdomen.

Me indigné. Supe al instante de que mi hijo había sido asesinado con una fuerte tortura y con un lento, muy lento sufrimiento. Me llené de ira, del más grande odio que pude haber sentido por alguien, supuse que si no intentaba calmarme un poco…
Di tres vueltas a la habitación, halándome el cabello, tratando de razonar. Pero ella seguía llorando, y solo su llanto me lo recordaba todo una y otra vez, pero cada sollozo era como si me estuviesen operando el estómago sin anestesia, como si una cimitarra me perforara una y otra vez las vísceras. Una bestia en mi interior me poseyó completo. Salté ágilmente sobre Mercedes, tomé el cuchillo ensangrentado, y la apuñalé desatando toda la violencia acumulada hasta hartarme... la apuñalé y grité como nunca, recuerdo que le decía "Maldita, maldita... ¿cómo pudiste? Era mi hijo..."
Medicina Legal contó 27 cortes, yo recuerdo haberle procurado 32... Quedó irreconocible del pecho hacia arriba.
La apuñalé. La asesiné, y huí. Huí con el cuchillo. No tendrían pruebas. La maté, por que mató a mi Benjamín, la asesiné, por que mató a mi hijo. Mató 10 años de trabajo, de desvelos, de cansancio, de esperanza, acabó con tantos años de inversión, con una carga de una década... Ella acabó con todo. Con todo. Sí, pero yo le di muerte ahora.

Tengo 3 semanas hospedado en un motel clandestino, y no iba a suicidarme, hasta quedar libre de cargos de consciencia. O, por lo menos, que una sola persona me comprenda…

Todavía resuenan en mi cabeza aquellas palabras: "Estaba harta... ya no podía seguir así, eso no era vida..."

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